Los hogares puertorriqueños enfrentan hoy un escenario complejo: un costo de vida en aumento y una economía marcada por la incertidumbre.
En una isla que importa más del 80% de lo que consume, cualquier alteración en los aranceles tiene un efecto directo en el bolsillo de las familias, particularmente los hogares con ingresos medianos y bajos. Productos esenciales como la leche, el arroz, las carnes, los cereales y otros alimentos básicos ya han comenzado a reflejar aumentos en sus precios. Aunque estos aumentos puedan parecer marginales, resultan significativos para miles de hogares que viven con ingresos limitados.
Según los datos del Censo federal, el ingreso promedio anual de una familia en Puerto Rico oscila entre $25,000 y $33,000. Esto significa que, mes a mes, muchas familias deben tomar decisiones difíciles para cubrir necesidades fundamentales como la vivienda, los alimentos, los servicios básicos, la educación y la salud. En este contexto, los aumentos en el costo de los alimentos representan una carga adicional sobre un presupuesto ya comprometido.
Ante esta realidad, muchas familias están optando por organizarse mejor y adoptar estrategias más estructuradas para enfrentar este nuevo entorno económico. Desde mi experiencia profesional y también como ciudadana, he comenzado a implementar prácticas que sé que muchos hogares puertorriqueños también han adoptado con éxito. Algunas de esas iniciativas incluyen planificar las comidas semanalmente. Esto permite optimizar ingredientes y reducir el desperdicio. Además, es pertinente revisar los alimentos disponibles en el hogar antes de ir al supermercado, para evitar duplicidades innecesarias.
Otra buena práctica es hacer listas de compras estrictas, lo cual ayuda a evitar compras impulsivas y mantener el gasto bajo control. Es necesario trabajar con un presupuesto definido, para saber de antemano cuánto se puede y se debe gastar en cada categoría. A esto se suma realizar un análisis de las hojas de ofertas o “shoppers” para ver en donde están a la venta los productos más económicos.
En Puerto Rico, hemos empezado a experimentar lo que se considera un regreso a lo que cariñosamente llamo “la cocina de la abuela”. Esta práctica implica reducir las salidas a comer fuera del hogar y volver a preparar alimentos en casa. Más allá del beneficio económico, también representa una manera más saludable de alimentarse, pues se disminuye el consumo de alimentos procesados y se aprovechan mejor los ingredientes disponibles.
En mi hogar, por ejemplo, he adoptado una práctica sencilla pero muy efectiva: ablandar habichuelas secas. Un solo paquete me rinde para cuatro porciones. Cocino una y congelo las otras tres en envases individuales para usarlas más adelante. Esta es una forma económica y nutritiva de organizar las comidas, que permite ahorrar, reducir desperdicios y ganar tiempo en la semana.
En tiempos de incertidumbre económica y presión inflacionaria, planificar y consumir con conciencia se convierten en herramientas de resiliencia. Si bien las decisiones de política pública sobre aranceles, ayudas federales y costos energéticos deben continuar siendo objeto de análisis y debate, desde el hogar podemos comenzar a tomar medidas concretas para proteger nuestra estabilidad y bienestar familiar.