Desde que comencé a trabajar como consultora economista, uno de los primeros temas que trabajé fue el sistema de salud en Puerto Rico. Confieso que este sector me apasiona, no solo por la magnitud de su impacto económico, sino también por sus repercusiones directas en la calidad de vida de nuestra población.
Hoy, la infraestructura hospitalaria en Puerto Rico enfrenta una coyuntura crítica. Factores económicos, demográficos y estructurales configuran un escenario que amenaza la sostenibilidad del sistema.
Durante décadas, los hospitales fueron el punto de encuentro para el cuidado médico integral: desde camas de cuidado intensivo hasta farmacias con medicamentos sin receta, todo en un mismo lugar. Esa realidad cambió. Los avances tecnológicos han permitido que cada vez más procedimientos se realicen en facilidades ambulatorias.
Aunque esto aporta accesibilidad y eficiencia, ha causado una fragmentación de los servicios. Como consecuencia, los hospitales enfrentan una reducción en volumen de pacientes y, por ende, en ingresos. Esta semana, otro hospital se acogió a la quiebra. La pregunta inevitable es: ¿cuántos más están en la fila?
A esta presión se suma la migración de médicos y personal de enfermería hacia Estados Unidos. Se van en busca de mejores condiciones laborales. La fuga de talento se traduce en sobrecarga del personal que permanece aquí y en el deterioro en la calidad de los servicios.
Por otro lado, el sistema de reembolsos bajo Medicare y Medicaid en Puerto Rico no refleja adecuadamente los costos operacionales locales. Pese a ciertos avances en las asignaciones federales, la brecha con los estados continúa. Esto obliga a las instituciones a operar con márgenes muy estrechos, limitando la inversión en infraestructura y servicios especializados.
Un ejemplo, es la cirugía robótica. Equipos que cuestan entre $2 y $3 millones y que resultan determinantes para atraer profesionales de la salud. ¿Cuántos hospitales pueden hacer ese tipo de inversión? La realidad es que muy pocos.
Puerto Rico experimenta un acelerado envejecimiento poblacional. Más de una quinta parte de sus habitantes supera los 65 años. Este grupo demanda servicios médicos más frecuentes y complejos, en un sistema que no necesariamente está preparado para responder.
Ante este panorama, algunos hospitales han comenzado a diversificar hacia servicios alternativos como enfermería especializada (skilled nursing), salud a domicilio (home health services) y hospicios institucionalizados. No obstante, muchos permanecen congelados en el tiempo y no han sabido aprovechar el potencial de estos nuevos mercados.
A corto plazo, la consolidación hospitalaria parece la opción más viable, pero no es sencilla. Consolidar servicios de salud no equivale a fusionar tiendas o almacenes. Implica reducir accesibilidad para comunidades, desplazar pacientes —muchos de ellos envejecientes y con limitaciones de transporte— y alterar la continuidad de los servicios médicos. En este escenario, la empatía hacia el paciente debe pesar tanto como las eficiencias financieras.
Los hospitales en Puerto Rico deben hacer una introspección profunda. Como suelo preguntar a mis clientes: ¿qué quieres ser cuando seas grande? ¿Se quedarán inmóviles en un entorno de cambio o se transformarán para asegurar su supervivencia?
¿Irá barranca abajo la situación de los hospitales en Puerto Rico? La respuesta dependerá de la capacidad de repensar el modelo, de diseñar políticas públicas valientes y de promover estrategias de colaboración multisectorial que fortalezcan la sostenibilidad del sistema.
Lo que está en juego no es únicamente la viabilidad financiera de las instituciones, sino el derecho de los ciudadanos a servicios de salud dignos, accesibles y de calidad.